22 Mar SER COMPLACIENTE: UN ARMA DE DOBLE FILO
Muchas personas acuden a consulta con problemas de baja autoestima, refieren tener sensaciones de “poca valía”, “no ser respetados@s”, “sentirse pequeñit@s frente a los demás”, “miedo al abandono”, etc. En multitud de ocasiones nos encontramos con una tendencia a ser extremadamente complacientes con su entorno.
Según la RAE, complacer significa:
1- Causar a alguien satisfacción, placer o agrado.
2- Dicho de una persona: Acceder a lo que la otra persona desea y puede serle útil o agradable.
Socialmente y moralmente estamos educados para complacer, pero cuando nuestra tendencia es extremadamente complaciente, esto se convierte en un problema. Está claro que somos seres sociales y que, para ello, necesitamos tener la cercanía de nuestros seres más queridos y para ello es necesario agradar y sentirse importante y útil. Pero si nuestra valía personal depende de lo que agrademos a los demás estaremos perdid@s en un bucle sin fin.
Una de las consecuencias más frecuentes que refieren las personas que acuden a consulta es que la gente “abusa” de ellos. Efectivamente así es, y ell@s, en cierto modo, no hacen nada para evitarlo, es decir, lo permiten. Este es un patrón muy común de comportamiento y del que es complicado deshacerse sin ayuda profesional, ya que hay una emoción que mueve los hilos de la complacencia: la CULPA.
Cuando percibimos que nuestro entorno abusa de nosotros (por ejemplo, a nivel emocional), tenemos que tener en cuenta que hay una falta en los límites establecidos con respecto a los demás. Mis límites son escasos o nulos. Todo esto tiene que ver con los patrones de crianza que hemos tenido. Acceder a lo que la otra persona quiere o desea significa satisfacer sus necesidades, con lo cual, anulamos nuestras propias necesidades porque ni siquiera nos planteamos que podamos permitirnos cubrirlas. Este mensaje lleva implícita la creencia de “mis necesidades no son importantes”, “no importo” o incluso, “lo que yo haga nunca es suficiente”, ya que haga lo que haga la otra persona puede ser que quiera más de mí, o yo me haya creado la presión de estar siempre presente, con lo cual, nos sentiremos enfadados e interiorizaremos la rabia o frustración.
¿QUÉ SON LOS LÍMITES?
Un límite es una línea visible o imaginaria que señala el fin de algo o la separación entre dos cosas. En el ámbito interpersonal, significa que tú y yo somos dos personas diferentes, dónde empiezas tú y dónde termino yo.
Los límites se nos enseñan en casa en el día a día, estando atentos a lo que el otro necesita, ya que lo que yo necesito no tienes por qué necesitarlo tú y requiere respeto. Un niño por ejemplo, necesita que sus cuidadores vayan siendo sensibles a las diferentes etapas evolutivas y que se vayan ajustando a sus necesidades. Necesidad por ejemplo de exploración, de autonomía, respeto a la privacidad, derecho a pensar de manera diferente a la tuya, de tener emociones propias (que no tienen por qué ser como las de mis papás), respeto a ir a mi propio ritmo, no pedirme más de lo que soy capaz de manejar a nivel emocional, etc.
Si mis papis no respetan mis límites, si ellos mismos no saben cuáles son sus propios límites, yo no podré establecer los míos propios. Es decir, no sabré protegerme, no podré identificar cuáles son mis necesidades y no podré hacerlas prevalecer en una situación (sea la que sea), ya que no me cuestionaré ni siquiera que tengo la opción de elegir entre tú y yo.
TIPOS DE LÍMITES:
Los límites físicos: Tienen que ver con el espacio personal, nuestro “espacio vital”. Este espacio será más amplio o más estrecho dependiendo de las circunstancias, de las personas o de nosotros mismos. Son los más fáciles de percibir en caso de que alguien los transgreda.
Los límites psicológicos: Tienen que ver con la expresión de nuestras opiniones o pensamientos sin sentirnos cohibidos, pero siempre manifestando el respeto hacia los demás.
Los límites emocionales: Estos son los más complejos de entender y de identificar. Veámoslo con un ejemplo: Una madre o un padre están pasando por un mal momento y se sienten deprimidos. En la habitación de al lado se encuentra su hija jugando y riendo. El padre o la madre le recrimina que como es posible que se ría estando las cosas como están. También hay frases del tipo: “¿No ves lo cansada/o que estoy?”, “te comportas así a posta”, “no llores, si lo haces me pondrás triste a mí”, etc. Si tú estás triste yo estoy triste, como si de un virus contagioso se tratara. La idea es poder respetar que tú puedas disfrutar, que estés content@, a pesar de que mi estado de ánimo no sea el mejor.
Una persona extremadamente complaciente es hipervigilante a lo que los demás necesitan, buscan la aprobación constantemente como si su felicidad dependiera de ello. Es decir, complacen como forma de regularse emocionalmente, ya que en su historia han podido carecer de figuras sólidas de seguridad, amparo, cercanía y protección. Han complacido para obtener una mirada de sus cuidadores, tal vez como única estrategia para poder “ser vistos” a nivel emocional o ser fuente de gratificación. Muchas de estas personas han tenido cuidados emocionales inconsistentes en su infancia, debidos a la incapacidad de sus papás (o cuidadores) para cubrir sus necesidades básicas emocionales (por problemas diversos). Es importante decir en este punto que no hay culpables y víctimas, tanto los cuidadores como los niño/as son víctimas. Muchos papás y mamás son víctimas de terribles situaciones que ocasionan que no puedan implicarse a nivel emocional con sus hijos, o sean víctimas de pautas de crianza similares por parte de sus propios padres (sin ser conscientes de ello).
En otros casos, hay niños que han vivido experiencias muy traumáticas donde no ha podido ser regulados y, al depender de sus cuidadores principales, han tenido que basarse en los estados emocionales de ellos, como si fueran brújulas para saber cómo han de sentirse. Si veo a mi mamá llorando en la cama o preocupada, yo no quiero darle más problemas, le llevaré un vasito de leche caliente, seré un niñ@ bueno, seré buen estudiante, etc. Pero que mi mamá o mi papá deje de estar triste, no depende de mí (como niño).
Saber por qué me comporto como adulto ya es un paso en si para empezar a modificar ciertas conductas, ya que, como decía Aristóteles:
“No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”.
Llanos Escribano Cano. Psicóloga y terapeuta EMDR. Especialista en Apego y Trauma.
Bibliografía:
Diamantes en bruto II. Manual psicoeducativo y de tratamiento del Trastorno Límite de Personalidad. Dolores Mosquera.
No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego y la disociación: una guía para pacientes y profesionales. Anabel González.
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